Había una vez un pobre mendigo que se había acostumbrado a mal vivir con lo poco que le daban. Aunque no era viejo y estaba sano, no aceptaba ningún trabajo que le ofrecían y así iba de un lado para otro sobreviviendo como podía.
Un día se encontró con un amigo de la infancia y ambos se pusieron a recordar viejos tiempos.
-¿A ti qué tal te ha ido? -le preguntó el amigo al mendigo.
-Muy mal -respondió-, ya ves, he tenido muy mala suerte y mi situación es lastimosa.
-Pues, mira -repuso el amigo-, yo he descubierto que tengo poderes sobrenaturales y creo que puedo ayudarte.
Dicho esto, tocó con su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en oro.
-Para ti -dijo generosamente-, esto, sin duda, aliviará muchas de tus necesidades.
-Sí -contestó el mendigo-, pero la vida es tan larga y pueden ocurrir tantas cosas....
El hombre volvió a tocar con su dedo una gran piedra y la convirtió en oro.
-También es para ti, ahora ya jamás tendrás problemas de dinero, ¡eres rico! -dijo el amigo.
-Bueno, está bien, pero la vida es muy larga. Suceden tantas cosas, tantos imprevistos, según tienes más cosas aparecen más necesidades...en fin, hay vicisitudes...
-¡Pero bueno! ¿Qué más quieres? -exclamó el amigo.
El mendigo respondió:
-Quiero tu dedo.