Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos y aceptación de los demás, como por sus críticas o rechazo.
Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
-Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde llevó a cabo lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le preguntó:
-¿Qué te han contestado los muertos?
-Nada, señor; ¿cómo van a responder si están muertos?
-Pues ahora regresarás al cementerio de nuevo e insultarás gravemente a los muertos durante horas.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
-¿Qué te han contestado los muertos ahora?
-Tampoco han contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
-Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?