Dos amigos monjes habían recibido la orden de sus superiores de pasar la noche en meditación estudiando las escrituras.
Al poco tiempo, uno de ellos dijo al otro:
- No puedo permanecer aquí, la otra noche conocí una hermosa prostituta que me hechizó con sus bellos ojos negros y su cuerpo sinuoso y firme. He decidido ir a visitarla; si quieres, puedes acompañarme, te aseguro que no habrás visto nunca antes ni verás jamás una mujer tan perfecta para el amor más apasionado.
Y así, pasó un buen rato describiendo a su amigo todos los detalles más excitantes sobre la sensual y experta prostituta. Pero el otro monje, después de dudarlo mucho, no aceptó la propuesta de su compañero, por lo que éste marchó solo a su aventura.
Dicen que mientras disfrutaba de los mil y un placeres que la hermosa hetaria le proporcionaba, su corazón se encontraba arrepentido de su conducta y pensaba en la paz espiritual que su amigo estaría encontrando en ese momento en las escrituras.
Pero no era así, mientras leía las escrituras, la mente del otro monje volaba hacia la excitante anatomía de la mujer, y su cuerpo no dejaba un instante de excitarse imaginando los placeres que su amigo estaba viviendo.
Cuando muchos años después, ambos murieron, se pudo comprobar que en el monje que quedó estudiando las escrituras había perdurado
una sucia mancha de pecado que había roído su alma durante años, mientras que el monje que visitó a la prostituta había limpiado su alma prácticamente en el mismo instante.