Un hombre con fama de sabio y que había amasado una gran fortuna le llegó la hora de la jubilación. Desde ese momento, cada día encontraba motivos para invitar a sus numerosos amigos a costosos banquetes, o para hacerles caros regalos.
Pasados unos meses de lujos y derroches, un amigo le dijo:
-Creo que deberías dejar de gastar de ese modo. Aunque tu fortuna es mucha, estás dilapidándola rápidamente, y recuerda que tienes unos hijos que te heredarán.
-Precisamente por ellos lo hago -contestó-.
La riqueza conseguida sin esfuerzo arruina la capacidad de los inteligentes y agrava la estupidez de los más torpes. Yo a mis hijos les he dado la educación y los medios suficientes como para que se construyan un futuro por ellos mismos. La expectativa de
disponer de mi patrimonio no sería más que una invitación a que aparecieran la codicia y la indolencia. No necesitan mi dinero para nada, no sería más que un veneno en sus vidas-.
Y en efecto, aquel hombre gastó hasta el último céntimo antes de morir.