Un discípulo vio un día casualmente a su maestro hablando en el mercado con una persona, y se puso a escuchar la conversación sin que nadie advirtiera su presencia.
-¿Cómo tú, mensajera de la muerte, estás de visita en este pueblo? ¿Has venido a buscar a alguien? -oyó preguntar a su maestro.
-En efecto, así es -escuchó la respuesta del extraño personaje-. Precisamente quería preguntarte por tu discípulo Hamed; por cierto, él vive en esta ciudad ¿no es así?
-Así es, incluso me ha parecido verlo por aquí hace un momento -respondió el maestro.
Cuando aquel hombre oyó su nombre de los labios de tan espectral personaje, un escalofrío recorrió su cuerpo. Inmediatamente tomó una decisión: pensó que si la muerte venía a buscarlo a su casa, a él le daba tiempo a llegar de noche a la vecina Bagdad montado en un veloz caballo. Al no encontrarle allí, el mensajero de la muerte volvería a su tenebroso reino con las manos vacías.
Sin pérdida de tiempo, aquel hombre dejó el mercado, montó el más veloz caballo y se lanzó al galope rumbo a Bagdad.
Por ello no pudo oír como continuó la conversación:
-Es extraño -dijo el mensajero de la muerte-, porque en realidad aquí he tenido a buscar a un anciano moribundo, con tu discípulo Hamed tengo en cambio cita en Bagdad esta noche.