De Santo Domingo trajo
dos loros una señora:
la isla es mitad francesa,
y otra mitad española.
Así cada animalito
hablaba distinto idioma.
Pusiéronlos al balcón,
y aquello era Babilonia;
de francés y castellano
hicieron tal pepitoria,
que al cabo ya no sabían
hablar ni una lengua ni otra.
El francés del español
tomó voces, aunque pocas,
el español al francés
casi se las tomó todas.
Manda el ama separarlos,
y el francés luego reforma
las palabras que aprendió
de lengua que no es de moda
el español, al contrario,
no olvida la jerigonza,
y aun discurre que con ella
ilustra su lengua propia.
Llegó a pedir en francés
los garbanzos de la olla,
y desde el balcón de enfrente
una erudita cotorra
la carcajada soltó,
haciendo del loro mofa.
Él respondió solamente,
como por tacha afrentosa:
Vos no sois una PURISTA;
y ella dijo:
A mucha honra.
¡Vaya, que los loros son
lo mismo que las personas!
Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar
puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera
tacha.
Lección / Moraleja:
Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar
puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera
tacha.