A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca:
«Si vinieras, (5)
a mi casa
¡cuántas cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña (10)
robo y guardo
mil alhajas.
Ven; si quieres,
y veraslas
escondidas (15)
tras de un arca.»
La otra dijo:
«Vaya en gracia.»
Y al paraje
le acompaña. (20)
Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo (25)
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada, (30)
medio peine,
y una vaina
de tijeras;
una gasa,
un mal cabo (35)
de navaja,
tres clavijas
de guitarra,
y otras muchas
zarandajas. (40)
«¿Qué tal? dijo.
Vaya, hermana;
¿No me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra (45)
de mi casta
en riqueza
no me iguala.»
Nuestra mona
la miraba (50)
con un gesto
de bellaca:
y al fin dijo:
«¡Patarata!
Has juntado (55)
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda. (60)
Si no, mira
mis quijadas.
Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches (65)
o papadas,
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta, (70)
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta,
tú amontonas, (75)
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
mas yo, nueces,
avellanas, (80)
dulces, carne,
y otras cuantas
provisiones
necesarias.
Y esta mona (85)
redomada,
¿habló sólo
con la urraca?
Me parece
que más habla (86)
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas,
y fárrago (87)
sin sustancia.
Lección / Moraleja:
El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas
noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias.