Un mensajero del Gran Turco se vanagloriaba, en el palacio del Emperador de Alemania, de que las fuerzas de su soberano eran mayores que las de este imperio.
Un alemán le dijo:
“Nuestro Príncipe tiene vasallos tan poderosos que por sí pueden mantener un ejército.”
El mensajero, que era varón sesudo, le contestó:
“Conozco las fuerzas que puede armar cada uno de los Electores, y esto me trae a las mientes una aventura, algo extraña, pero muy verídica. Hallábame en lugar seguro, cuando ví pasar a través de un seto las cien cabezas de una hidra. La sangre se me helaba, y no había para menos. Pero todo quedó en susto: el monstruo no pudo sacar el cuerpo adelante. En esto, otro dragón, que no tenía más que una cabeza, pero muchas colas, asoma por el seto. ¡No fue menor mi sorpresa, ni tampoco mi espanto! Pasó la cabeza, pasó el cuerpo, pasaron las colas sin tropiezo: esta es la diferencia que hay entre vuestro Emperador y el nuestro.”
Lección / Moraleja:
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