Un ratoncillo inexperto, que apenas había visto el mundo por un agujero, se halló muy comprometido. Ahora veréis lo que le pasó, tal como le contó a su madre, la señora Rata.
"Había franqueado los montes que limitan este reino, y trotaba alegre y satisfecho, cuando ví aparecer dos animales: de aspecto benigno y apacible el uno, el otro de aire fiero y turbulento. Tenía éste la voz áspera y vibrante, en la cabeza una excrescencia carnosa, una especie de brazos que abría y agitaba en el aire, como para volar, y la cola empenachada."
Así describía nuestro ratoncillo a un gallo, como si fuera extraño animal, venido de las Indias.
"Golpeábase los costados con los brazos, armando tal ruido, que con todos mis bríos, que no son pocos, eché a huir, todo azorado, renegando de su casta. A no ser por él, hubiera entrado en amistosos tratos con el otro animal, que tan simpático parecióme: es de pelo suave y aterciopelado como el nuestro, de larga y flexible cola, de aire decoroso y modesto mirar, aunque son brillantes sus pupilas. Creo que ha de ser amigo de las ratas, porque sus orejas son muy parecidas a las nuestras. Dirigiáme ya a él, cuando el otro, soltando el chorro de su penetrante alarido, hízome emprender la fuga."
- Hijo mío, dijo la rata madre: ese sujeto tan benigno y manso, es el gato infame, que con su apariencia hipócrita, oculta odio mortal a toda tu parentela. El otro, por lo contrario, lejos de hacernos algún mal, servirá algún día quizás para nuestros banquetes. Ya lo ves: el hábito no hace al monje.
Lección / Moraleja:
El hábito no hace al monje.