Un león decrépito, paralítico, y al cabo ya de sus días, pedía un remedio para la vejez. A los reyes no se les puede decir imposible. Envió a buscar médicos entre todas las castas de animales, y de todas partes vinieron los doctores, bien provistos de sus recetas. Muchas visitas le hicieron, pero faltó la de la zorra, que se mantuvo encerrada en su guarida.
El lobo, que también hacia la corte al monarca moribundo, denunció al ausente camarada.
El rey mandó que en el acto hicieran salir a la zorra de su madriguera, y la llevaran a su presencia. Vino, presentose, y recelosa de que el lobo había llevado el soplo, dijo así al león:
- "Mucho temo, señor, que informes maliciosos hayan achacado a falta de celo la demora de mi presentación; sabed, pues, que estaba peregrinando, en cumplimiento de cierta promesa que hice por vuestra salud, y he podido tratar en mi viaje con varones expertos y doctos, a quienes he consultado sobre la postración que aqueja y aflige a vuesa majestad. Lo único que os falta es calor: los años lo han gastado: que os apliquen, pues, la piel caliente y humeante de un lobo, desollándolo vivo: es remedio excelente para una naturaleza desfallecida. Ya veréis que camiseta interior tan buena os proporciona el señor lobo."
Pareció bien el remedio al monarca: desollaron en el acto al lobo, lo descuartizaron e hicieron tajadas. Cenó de ellas el León, y se abrigó con su pellejo.
Lección / Moraleja: