Muchos buscan a los chistosos; yo huyo de ellos. El chiste es un arte que requiere, más que de otro alguno, mérito superior: a los dicharacheros los hizo Dios para divertir a los tontos. Introduciré uno de ellos en esta fábula: veremos si logro mi objetivo.
Un chistoso sentábase a la mesa de un rico banquero; y no tenía a su alcance más que menudos pescadillos; los grandes estaban algo lejos. Tomó, pues de los pequeños, e hizo como que les hablaba al oído y atendía a su respuesta. Chocó aquella pantomima a los comensales, y el chistoso con gran prosopopeya, dijo que estaba con cuidado por un amigo suyo que había partido para las Indias hacia ya un año, y temía que hubiese naufragado. Eso era lo que preguntaba a aquellos pececillos; y decíanle todos que no tenían bastante edad para darle razón; los peces viejos estarían más enterados. ¿Me permitiréis que interrogue a uno de ellos?
- Yo no se si cayó en gracia su ocurrencia; lo que sé es que se hizo servir un monstruo marino, capaz de darle cuenta de todos los náufragos del océano de cien años a esta parte.
Lección / Moraleja:
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