Una vez una aldeana había jurado a un niño que no paraba de llorar que, si no se callaba, lo entregaría como alimento a un lobo furioso.
Un lobo oye estas palabras, se las cree y se queda vigilante ante la puerta, haciendo votos inútiles, pues el niño entrega sus relajados miembros al profundo descanso, arrebatándole también al depredador toda esperanza; de ahí su hambre.
Al regresar a su lobera en los bosques, su esposa la loba comprendió que venía hambriento: «¿Por qué», le dice, «no vienes, como de costumbre, con alguna presa, sino que traes lánguido el rostro y consumidas las mejillas?».
«No te asombres», le contesta, «de que yo, burlado por un pérfido engaño, a duras penas haya podido ocultarme, ¡desgraciado de mí!, en infructuosa huida. ¿Qué presa —preguntas—, qué esperanza podía alcanzar, si las rabietas de una nodriza me engañaban?».
Que se considere advertido y se dé por aludido en esta fábula todo aquél que cree posible fiarse de las mujeres.
Lección / Moraleja:
Que se considere advertido y se dé por aludido en esta fábula todo aquél que cree posible fiarse de las mujeres.