Nacida en el fondo de las aguas, sumergida en el profundo fango y siempre amiga sólo de los charcos llenos de lodo, volviendo a las elevadas colinas y a los herbosos prados, seducía con halagos la hinchada rana a las desgraciadas fieras, diciendo la taimada que podía poner remedio al agobio de sus enfermedades y alargar sus vidas con su talento.
Se jacta de que no le va a la zaga al maestro peonio, aunque él cure en los cielos a los inmortales dioses. Entonces, riéndose la astuta zorra de la quietud del ganado, descubrió el crédito que merecían las palabras vacías:
«¿Ésta va a poner remedio» —dijo— «a las enfermedades de vuestros cuerpos, cuando su verdosa tez delata la palidez de su rostro?».
Lección / Moraleja:
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