Se sentó un niño llorando al borde del agua de un pozo y frunciendo mentidamente el rostro con vanas muecas. Al verlo llorar un taimado ladrón, le pregunta enseguida por la causa de su tristeza. Finge el niño que está en un aprieto porque se le ha roto la cuerda y se lamenta de que se le ha caído una tinaja llena de oro.
Sin demora, se despojó el ladrón con mano malvada y ansiosa de sus ropas y, desnudo, se arroja sin más al fondo del pozo. El pequeño, enrollándose el manto a su delgado cuello, se ocultó —según se cuenta— en un matorral.
Después de haber afrontado tantos peligros por una promesa falaz, se quedó el ladrón sentado en tierra, entristecido por la pérdida de sus vestidos. Se dice que el astuto rompió a hablar con estas quejas y a invocar a los dioses supremos con tales gemidos:
«Quien piense, sea quien sea, que una vasija puede flotar en las líquidas aguas, que considere merecida la pérdida de sus ropas».
Lección / Moraleja:
«Quien piense, sea quien sea, que una vasija puede flotar en las líquidas aguas, que considere merecida la pérdida de sus ropas».