Cuando el crudo invierno arreciaba con montones de nieve y constreñía todos los campos con duro hielo, un caminante quedó inmóvil en medio de una torrencial lluvia, pues la pérdida del sendero le impide avanzar.
Se cuenta que un sátiro, guardián de los bosques, se apiadó de él y le dio cobijo en su cueva. En cuanto lo mira, el que se crió en los campos se extraña y, al momento, queda aterrado de que el hombre tenga tan grandes fuerzas.
En efecto, para restablecer sus helados miembros al uso de la vida, había derretido el hielo de sus manos soplando con tibio aliento. Pero, cuando, una vez lejos el frío, comenzó el caminante a disfrutar con gusto de la atenta cortesía de su anfitrión (pues deseoso de mostrarle su vida rústica, le llevaba y ofrecía lo mejor de los bosques), le presentó también una crátera llena de vino caliente, para que el calor penetre en sus helados miembros y los ablande.
Pero, temiendo el hombre tocar con sus labios el vaso hirviendo, sopla de nuevo con su boca para enfriarlo.
El anfitrión quedó estupefacto y aterrado por este doble prodigio; lo expulsa de los bosques y le ordena que se vaya lejos.
«No quiero», le dice, «que nunca entre en mi cueva una persona que presenta al mismo tiempo dos bocas tan distintas».
Lección / Moraleja:
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