Las mentes perversas por naturaleza no es fácil que se consideren merecedoras de recompensa o castigo.
En cierta ocasión, un perro, que, a primera vista, no aterraba por sus ladridos ni lanzaba mordiscos con sus fauces abiertas, sino que daba suaves golpes con su tímida cola, se puso de repente a causar heridas con atrevidos dientes. Su dueño, para que a nadie le pasase desapercibida su fingida mansedumbre, ordenó ponerle una campanilla en su rabioso cuello. Le ata al collar una sonora esquila de bronce que, al menor movimiento, advirtiera de la precaución que había que tener con él.
El perro creía que se trataba de un premio que se le daba y, orgulloso, miraba con desprecio a los de su misma especie. Entonces, el más viejo del grupo se acerca a este soberbio que le insultaba y le amonesta con estas palabras:
«¡Desgraciado! ¿Qué insensatez tan grande te arrebata los sentidos, si crees que se te dan estos premios por tus méritos? En este bronce no se refleja el brillo de tu conducta virtuosa, sino que llevas ese sonido como testigo de tu maldad».
Lección / Moraleja:
Las mentes perversas por naturaleza no es fácil que se consideren merecedoras de recompensa o castigo.