Cierta vez un soldado, cansado de combatir, había prometido arrojar sobre el fuego todas las armas que la multitud de moribundos le entregase en la victoria o todo aquello que pudiese arrebatar al enemigo que huía.
He aquí que la suerte favoreció sus votos y, acordándose de lo prometido, comenzó a echar las armas, una por una, al fuego de la pira. Entonces, una trompeta, disculpándose con ronco sonido, muestra primero que ella no es merecedora de las llamas.
«Tus brazos», dice, «no los ha alcanzado ninguna flecha de la que puedas decir que fuera lanzada por mis fuerzas. Yo sólo concentré las armas con el viento de mis sones y esto en bajo tono, ¡pongo a los dioses por testigos!».
El soldado, volviendo a poner la resonante trompeta en las crepitantes llamas, dice:
«Ahora, vas a penar y a sufrir más. Pues, aunque ni puedas ni te atrevas a intentar nada por ti misma, eres más cruel por hacer que los demás sean malvados».
Lección / Moraleja:
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