Todo aquel que, dejando pasar la juventud en la indolencia, no teme ni prevé los males de la vida, cuando la vejez le consume y aparece el peso de los años, ¡ay!, en vano pedirá a menudo la ayuda de otro.
Una hormiga reservó para el invierno el producto de los esfuerzos sustraídos a los soleados días y lo escondió en su estrecho agujero. Y cuando la tierra se cubrió de blancas nieves y los campos se escondieron bajo el duro hielo, como no podía afrontar los fríos con tan débil cuerpo, cogió los granos húmedos muy perezosamente en su morada.
Pálida y con suplicantes ruegos, le pedía alimento aquella que no hacía mucho había perturbado los campos con su quejumbroso sonido, diciendo que ella, mientras en la era se trillaban las mieses maduras, había pasado los días del estío cantando.
Entonces, la pequeña hormiga, riéndose de la cigarra, le dijo lo siguiente (pues suelen vivir cerca la una de la otra):
«Como gracias a mis grandes esfuerzos me he procurado los medios de subsistencia, ahora durante la estación de los fríos disfruto de un largo descanso. Sin embargo, como tú has llevado en el pasado una vida dedicada al canto, ahora sólo te queda consumir tus últimos días bailando».
Lección / Moraleja:
Todo aquel que, dejando pasar la juventud en la indolencia, no teme ni prevé los males de la vida, cuando la vejez le consume y aparece el peso de los años, ¡ay!, en vano pedirá a menudo la ayuda de otro.