Un pescador, acostumbrado a que colgara la presa de su caña, sacaba un pequeño pez de poco peso. Pero cuando llevó su captura hasta los aires y extrajo de su boca voraz el anzuelo clavado,
«Perdóname, por favor, —dijo en tono suplicante y derramando lágrimas—. Pues ¿qué gran provecho vas a obtener de mi cuerpo? Mi fecunda madre me acaba de depositar en las cavidades de las rocas y me ha mandado jugar en mis propias aguas. Retira tus amenazas y, como aún soy joven, déjame crecer para tu mesa. Pronto, con los alimentos de las inmensas extensiones del mar, volveré por propia voluntad a tu caña más gordo».
El pescador, contestándole que es una impiedad soltar a un pez ya capturado, se queja de la dura inconstancia de la Fortuna y dice: «Si es una desgracia soltar una presa que está en la mano, más estúpido es aún andar de nuevo a la caza de esperanzas futuras».
Lección / Moraleja:
«Si es una desgracia soltar una presa que está en la mano, más estúpido es aún andar de nuevo a la caza de esperanzas futuras».