Un hombre se internó con un compañero en un sendero estrecho por montes desconocidos y sinuosos valles, seguro de que, cualquier mal que la Fortuna les deparase, podrían soportarlo los dos juntos uniendo sus fuerzas. Mientras avanzan por la ruta proyectada hablando de mil cosas, les sale de repente en medio del camino una osa. Uno de ellos agarró en veloz carrera la rama de un roble y se quedó colgado como temblorosa carga en el verde follaje. El otro, deteniéndose, se tiró al suelo sin dar un paso y, haciéndose el muerto, se quedó pegado por propia voluntad en tierra. La feroz bestia, ávida de una presa, acudió al momento corriendo y, primero, levanta al desgraciado con sus curvas garras. Pero, cuando sus miembros se pusieron rígidos por el frío del miedo (pues el habitual calor de la vida había abandonado sus huesos), entonces, creyendo la osa que se trataba de un fétido cadáver, aunque estaba hambrienta, lo deja y se esconde en su guarida. Pero, cuando, ya seguros, van volviendo poco a poco a entablar conversación, el que emprendió antes la huida preguntó con más libertad de la que debía:
«Dime, por favor, ¿qué te contó la osa mientras temblabas? Pues durante largo rato te susurró abundantes palabras».
«En verdad, me dio importantes consejos, pero, sobre todo, me hizo esta recomendación, para que siempre, aun en mi desgracia, la respetara: «No busques —dijo— con tanta ligereza la compañía de otro, no sea que por segunda vez seas presa de una fiera furiosa».
Lección / Moraleja:
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