Se cuenta que un perro bastante gordo se topó con un león exhausto y que le dirigió estas palabras mezcladas con burlas:
«¿,No ves cómo mis ijares se extienden por ambos lados de mi espalda y cómo mi noble pecho hace gala de sus músculos? —dice—. Sin hacer nada, me muevo cerca de las mesas de los hombres y cojo en abundancia con mi boca el mismo alimento que ellos».
«Pero, ¿por qué llevas ese funesto hierro alrededor de tu ancho cuello?»
«Es para que no abandone la casa que cuido. Sin embargo, tú Vagas desde hace mucho por los extensos cenagales muriéndote de hambre, hasta que se te presenta una presa en estos bosques.
Apresúrate, pues, a someter tu cuello a estas cadenas que yo llevo, con tal de que te sea posible obtener fáciles banquetes».
Al punto entra el león en violenta cólera y, gruñendo fieramente, emite un noble rugido.
«Vete», le dice, «y pon a tu cuello el collar que merece: que las duras ataduras compensen tu hambre. Yo, en cambio, cuando me hallo libre en mi gruta desierta, aunque hambriento, me dirijo a los campos que se me antojan.
Acuérdate, más bien, de elogiar tus festines ante aquellos que han sacrificado la libertad al apetito».
Lección / Moraleja:
.