Había preguntado cierta vez Júpiter por el mundo entero quién le ofrendaría las mejores crías. A porfía corrieron todas las especies de animales salvajes ante el rey de los dioses y, mezclado con ellos, obliga el hombre a que vaya también el ganado doméstico.
No faltan al concurso los escamígeros peces; también el aire puro lleva allí a toda clase de pájaros. Entre la multitud, las madres temblorosas conducían a sus hijos para someterlos al juicio de tan gran dios.
Entonces, al traer una mona de corta estatura a su hijo deforme, el propio Júpiter no pudo contener la risa. Sin embargo, a pesar de su gran fealdad, ella rompe a hablar antes que ninguno, con la intención de borrar así la afrenta hecha a su especie:
«Júpiter sabrá a quién le aguarda la victoria, pero, a mi juicio, este hijo mío es superior a todos».
Lección / Moraleja:
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