Júpiter envió a la tierra desde lo alto del cielo a Febo para que conociera los ambiguos sentimientos de los hombres. Entonces, dos hombres imploraban a las divinidades con votos distintos, pues uno era codicioso y otro envidioso.
Titán, tras examinar a ambos, se presentó como mediador entre ellos y, a fin de que le dirigieran sus súplicas, les dice complacientemente:
«Lo que ahora pida uno, el otro lo obtendrá por duplicado».
Pero, aquél cuya enorme codicia no permite a su hígado saciarse, retardó las súplicas que irían en detrimento propio, confiando así aumentar su esperanza con el voto del otro y pensando que él sólo se llevaba dos dádivas.
Cuando ve los intentos de su compañero por alcanzar sus premios, el envidioso pide, sintiéndose vencedor, el tormento de su propio cuerpo: pide quedar privado de un ojo, para que el otro, duplicando su premio, se vea sin los dos.
Entonces Apolo, comprendiendo la naturaleza humana, se echó a reír y él mismo describió a Júpiter el mal de la envidia: la infeliz, con tal de regocijarse con las desgracias ajenas, desea con toda alegría incluso su propio daño.
Lección / Moraleja:
La envidia: la infeliz, con tal de regocijarse con las desgracias ajenas, desea con toda alegría incluso su propio daño.