Conviene que cada cual se mida a sí mismo y que se contente con sus propios méritos, sin llevarse recompensas ajenas, no sea que ese aspecto maravilloso desaparezca y provoque un insoportable ridículo cuando sólo permanezcan visibles los defectos.
Un asno encontró casualmente la piel de un león gétulo, se cubrió el rostro con estos novedosos despojos, adaptó a sus miembros este cuero inadecuado para él y cubrió su miserable cabeza con tan gran honor. Pero, cuando una terrible fiereza invadió su corazón y un presuntuoso vigor penetró en sus indolentes huesos, pateaba los pastos que compartía con las bestias apacibles y asustaba a los miedosos bueyes en sus propios campos. Después de reconocerlo un campesino por sus grandes orejas, encadenado y bien azotado lo doma. Y cuando, quitándole la piel, queda su cuerpo al desnudo, increpa al miserable animal con estas palabras:
«Quizás puedas engañar con tus fingidos rugidos a quienes no te conocen pero para mí siempre serás el asno que fuiste en otro tiempo».
Lección / Moraleja:
Conviene que cada cual se mida a sí mismo y que se contente con sus propios méritos, sin llevarse recompensas ajenas, no sea que ese aspecto maravilloso desaparezca y provoque un insoportable ridículo cuando sólo permanezcan visibles los defectos.