Un cazador que causaba certeras heridas con sus flechas perturbaba a las rápidas fieras en sus guaridas. Entonces, un osado tigre, deseoso de socorrer a los miedosos, ordenó que cesaran las amenazas producidas por los golpes. Sin embargo, el cazador, lanzando un dardo con la habitual fuerza de su brazo, dijo:
«Este mensajero te da a conocer mi carácter».
Y, al momento, el hierro lanzado le atravesó, causándole una herida; y el asta ensangrentada neutralizó la rapidez de sus pies. Cuando el animal herido arrastraba, ya sin energías, el dardo clavado, se cuenta que una zorra temblorosa lo paró largo rato mientras le preguntaba quién era el que le había causado tales heridas o dónde se había ocultado para lanzarle el venablo. El tigre se puso a hablar con dificultad entre gemidos y murmullos entrecortados (pues la ira y el dolor le arrebatan su voz habitual):
«En verdad, en medio del camino no he hallado ninguna forma que mis ojos no debieran conocer desde hace tiempo, pero la sangre y la flecha lanzada contra mí por un fuerte brazo muestran que mi agresor era un hombre».
Lección / Moraleja:
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