Un campesino había abandonado su carro atascado en un lodazal y a los bueyes atados al pesado yugo, con las vanas esperanzas de que, haciendo votos, los dioses le ayudarían en sus cosas, mientras él esperaba sentado.
Mas desde las elevadas estrellas el jefe tirintio comienza a hablarle (pues invoca suplicante el favor de este dios en sus votos):
«Continúa estimulando con el látigo a tus fatigados bueyes y aprende a ayudar con tus manos a las inmóviles ruedas. Sólo cuando hayas luchado con más audacia de lo que tus fuerzas te permiten, podrás recibir la ayuda divina a tus deseos. Aprende, además, que las divinidades no se doblegan ante indolentes promesas y añade tu trabajo al favor de los
dioses».
Lección / Moraleja:
Sólo cuando hayas luchado con más audacia de lo que tus fuerzas te permiten, podrás recibir la ayuda divina a tus deseos.